🥐🥖 Pan, trabajo y comunidad: la trinchera cooperativa en Camilo Aldao

Eric Pagliarone es mucho más que un panadero del interior cordobés. Es trabajador social de formación, cooperativista por convicción y protagonista activo de múltiples proyectos comunitarios en el Camino Aldao y zonas rurales vecinas. Con una mirada comprometida y una práctica cotidiana que cruza la producción con la dignidad, Eric representa una nueva generación de referentes populares que apuestan a la economía social como horizonte de justicia. Su camino está profundamente atravesado por la militancia de su padre, quien supo sembrar en él —y en tantos otros— las lógicas solidarias de organización colectiva. Inspirado en esas huellas, hoy Eric combina harina y política, hornos y esperanza.

 

En un rincón del interior cordobés, donde la llanura se extiende como una promesa que se resiste al olvido, una Cooperativa de Consumo denominada Empre.CA Ltda con su servicio de panadería se planta como símbolo vivo de una economía regional que no se rinde. Eric Pagliarone, su referente, lo dice con claridad: “El contexto es bastante complicado, que presenta varios desafíos... pero siempre con buenas miras hacia el futuro”. Esa mirada no es ingenua: es producto de una práctica colectiva que aprendió a sostenerse a contramano del mercado.

 

La cooperativa funciona en Camino Aldao, una localidad donde los vínculos pesan más que los números. Allí, en medio de un escenario económico adverso, surgió la decisión de defender una fuente de trabajo cuando una empresa privada al borde del cierre dejó entrever el abismo. “Nuestra propuesta apareció así, como mantener una fuente de trabajo local en una empresa que ya estaba constituida y a punto de quebrar”, recuerda Eric. Apostaron por el cooperativismo, no como plan B, sino como una forma legítima de reconstrucción.

 

No partieron de cero. Contaban con el saber hacer, con una red de vecinos y con la convicción de que el alimento es un derecho, no una mercancía más. “Apostamos a la economía solidaria para conservar esa fuente de trabajo”, sintetiza. Y desde entonces, la producción se convirtió en acto político. Una panadería que no solo amasa pan, sino también comunidad organizada.

 

Hoy elaboran productos que van desde el pan clásico hasta bizcochos, tortas y manufacturas de pastelería. Los fines de semana suman opciones de rotisería, con pollo asado y comidas populares. Pero lo más importante no está en el catálogo de productos, sino en el modelo: “Compitiendo con las otras panaderías del pueblo, pero sin perder el eje de lo que somos”, dice Eric, con los pies en la tierra.

 

La competencia no es sencilla. En un entorno donde muchas panaderías venden a pérdida o con insumos de baja calidad, sostener precios justos y productos dignos es una lucha diaria. “Hay una competencia desleal permanente, con panaderías que no respetan estándares mínimos o que no tributan como corresponde”, denuncia Pagliarone. Y remarca que la cooperativa no va a tomar ese camino, aunque cueste más.

 

Aun en ese escenario, han logrado establecer ciertos acuerdos con panaderías vecinas para evitar la guerra de precios. “Acordamos un precio así más o menos para ponernos todos iguales, y unificar el gasto de producción para la reventa en almacenes”, cuenta. Se trata de una estrategia defensiva frente a un mercado que castiga a quienes no especulan.

 

Pero la caída del consumo golpea igual. “Nos damos cuenta con la producción: antes hacíamos 50 kilos de harina y ahora entre 30 y 25”, lamenta. La retracción de la demanda no es una estadística: es la vecina que ya no compra un kilo sino media docena de pan francés. Es el jubilado que lleva una sola varilla. Es la economía regional en carne viva.

 

“El poder adquisitivo de las personas bajó mucho, es el tema”, dice Eric. Y enumera lo que todos los comerciantes saben: aumentan los servicios, aumentan los insumos, pero el precio no se puede trasladar del todo al mostrador. El margen se achica, y con él, la estabilidad de las cooperativas.

 

En este contexto, hablar de crecimiento parece lejano. “Estamos tratando de sobrevivir”, reconoce, sin resignación pero con los pies en la tierra. Pensar en inversiones, maquinaria o nuevas líneas de producción sería hoy una aventura peligrosa. “Si apostamos a un nuevo producto y no funciona, nos puede costar todo”, dice.

 

Sin embargo, hay ideas en construcción. Una de ellas es la compra comunitaria de harina en volumen, junto a otras panaderías. “Sería lo ideal hacer acuerdos entre panaderos con derechos y obligaciones, pero resulta muy difícil”, explica Eric. Las cooperativas agrícolas de la zona podrían ser aliadas clave en esa estrategia. “Hemos hablado con algunas, pensando que si el camión que lleva trigo al molino puede volver con harina, podríamos reducir el flete a la mitad”, señala.

 

La dificultad no es técnica: es política. Faltan acuerdos, faltan espacios de confianza, faltan federaciones que nucleen a las cooperativas panaderas desde una lógica territorial. “No hay una federación de cooperativas panificadoras como tal, lo más cercano es lo que hizo la Cooperativa Obrera, que nosotros tomamos como modelo cuando nos constituimos”, recuerda. El espejo de esa experiencia centenaria es un horizonte posible.

 

Al final de la charla, Eric se despide con la misma humildad con la que relató cada tramo de esta construcción colectiva. “Gracias a vos por invitarme a tu espacio y contá conmigo para cualquier otra nota”, dice, sabiendo que ponerle palabras a la experiencia es también una forma de multiplicarla. Su historia, como la de tantas otras cooperativas silenciosas, no pide permiso: pide justicia. Y pan.

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