👉🏽 Rafael Klejzer: El alimento como campo de batalla

Referente político y social de larga trayectoria, Rafael Klejzer fue secretario general de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y ha sido una de las voces más claras en la articulación entre territorio, producción y derechos sociales. Militante del Movimiento Popular La Dignidad, su recorrido lo ubica en el corazón de las luchas por una economía alternativa, la defensa de la agricultura familiar y la construcción de soberanía alimentaria. En esta entrevista con Revista Vértice, analiza el mapa geopolítico del alimento, denuncia la concentración del comercio exterior, y defiende las experiencias locales que apuestan a un modelo justo, sustentable y popular.

Fuente: Foto Radio Nacional

 

Revista Vértice: Rafael, para comenzar: ¿qué entendés por geopolítica del alimento y cómo creés que se manifiesta hoy en los distintos territorios?

 

Rafael Klejzer: La geopolítica del alimento no es otra cosa que el estudio de las relaciones internacionales en base a un recurso perenne, un recurso necesario para el sostenimiento de determinadas soberanías. El alimento es un recurso natural en disputa en el mundo. Se estipula que para el 2050 va a haber 9.500 millones de habitantes, y por supuesto hoy, frente a casi 7.000 millones de habitantes, escasea; imaginemos dentro de 25 años.

 

Frente a eso hay una disputa muy, muy importante por hacerse esos recursos. Todos sabemos que no hay desarrollo autónomo, no hay desarrollo posible sin dos componentes esenciales: la energía y el alimento, que son los pilares base para sostener un desarrollo con un nivel determinado de autonomía. La geopolítica no solamente es el estudio, sino que... Acuérdense que Napoleón planteaba que la real política es la geografía. Bueno, desde allí a esta parte no ha cambiado mucho.

 

RV: En este contexto de transformación global, ¿cómo ves que se están tomando hoy las decisiones sobre la producción y el consumo en el marco de la economía globalizada?

 

RK: Somos contemporáneos de una transición. La apertura de la globalización no fue tibia, fue con un plan a medida de los Estados Unidos e Inglaterra, con ese programa que impusieron Thatcher y Reagan allá por las décadas del 80. Si hay una fecha simbólica, fue el 2 de abril, cuando a través de la guerra de aranceles dictada por Trump se dio por tierra lo que llamábamos globalización.

 

Esta terrible financiarización de la economía, la fase actual del capitalismo, tiende a generar condiciones dentro del bloque dominante de hegemonía del capital financiero frente al capital productivo, donde inclusive en la potencia más importante del planeta, Estados Unidos, la industria no llega al 11% dentro de su economía. Frente a eso, somos contemporáneos de esta transformación: pasamos a niveles de proteccionismo muy importantes frente a lo que fue la globalización. Por supuesto que van a convivir y va a haber tensiones entre los dos conceptos, producto de esta etapa transicional.

 

RV: ¿Cómo impacta esto específicamente en los alimentos? ¿Qué rol juegan los precios internacionales en este esquema?

 

RK: Eso se articula a través de los precios de los commodities. La producción de alimentos se basa en las posibilidades que tienen, a partir de liberar el proteccionismo en las exportaciones y en las importaciones. A partir de allí se genera todo un marco regulatorio o desregulatorio que permite un libre desarrollo de las fuerzas productivas, por afuera de la necesaria seguridad alimentaria.

 

RV: Además de esa producción concentrada, ¿cómo estás viendo el impacto en la calidad de los alimentos? ¿Qué vínculo encontrás entre la concentración en la producción y el deterioro de lo que se consume?

 

RK: Bueno, eso lo vemos hace muchos años. Hay un deterioro general: el jamón no es jamón, la sal no es sal. Esta es una frase de Charlie de hace 30 años en Estados Unidos. Lo que vemos es alimentos ultraprocesados donde se prioriza pichicatearlos de alguna forma, frente a lo natural, que implica alimentos sanos.

 

RV: Y en ese marco, ¿qué diagnóstico hacés sobre los sistemas alimentarios locales frente al avance del supermercadismo?

 

RK: Hay un desbarajuste general en la economía argentina que, por supuesto, no está desenganchado de procesos mundiales. En esta geopolítica del alimento, Argentina produce alimentos para los chanchos chinos. Hay una pérdida de soberanía del Estado frente a la planificación y regulación del mercado de alimentos que es casi total. Se han desregulado todas las medidas y lo que nosotros vemos es que se produce para afuera. ¿Qué significa esto? Que el alimento deja de ser un derecho social para pasar a ser una mercancía. Y como tal, va al mercado al mejor postor, y lo regula la oferta y la demanda de un mundo que necesita esos alimentos. Si tenés al mercado externo como prioridad, se invierte la ecuación: exportás y lo que queda en la Argentina se vende a precios internacionales. Cuando debería ser al revés: producís para el consumo interno, con precios en pesos argentinos, y el excedente lo exportás para conseguir los dólares que necesita tu economía.

 

RV: ¿Cómo se expresa esto en alimentos esenciales como el pan, por ejemplo?

 

RK: Ayer salió una nota de la Bolsa de Comercio de Rosario que es muy interesante. Ya se plantea que hay tres empresas extranjeras concentradas que son hegemónicas a la hora del comercio exterior. El pan sufre los vaivenes del precio de los commodities. El pan se produce en Argentina, con toda la cadena de valor nacional, pero a precios internacionales. El precio que llega al panadero y al consumidor no tiene nada que ver con los costos reales en pesos. Esto es un claro ejemplo de la mentira neoliberal. Nos inducían a pensar que los precios estaban atados al tipo de cambio. Bueno, el tipo de cambio oficial no se movió, pero el precio del pan sí. Hay un ensañamiento con la mesa de los argentinos.

 

Hay falta de dólares, y están chantajeando con los precios de los alimentos para conseguir dólares baratos y dolarizar sus excedentes. La inflación en Argentina es política. Siempre el aumento de los alimentos está por arriba de la media inflacionaria del país.

 

RV: En este escenario de crisis, ¿qué rol pueden jugar las economías regionales y la organización del consumo popular?

 

RK: Es indispensable. No hay posibilidad de garantizar consumo responsable, sostenible, nutritivo, sin planificación, y ahí entran las regiones, que son las que producen y consumen los alimentos. Hoy no se discute un plan alimentario nacional desde esas regiones. Cada región tiene sus productos clave para la mesa argentina y debe cumplir un rol allí. El Estado debe construir alianzas con pequeños y medianos productores, con industriales locales, para transformar el alimento en un derecho social real.

 

RV: Desde el Movimiento Popular de la Dignidad, ¿qué tareas vienen sosteniendo en el territorio frente a esta situación?

 

RK: Hoy todo está descompaginado. Si hay una característica del gobierno de Milei es que vino a desordenar la vida social. La vida familiar, productiva, laboral. Hay una desorganización de la economía por la reprimarización, con énfasis en la agroexportación, la minería y la energía. Frente a eso, planteamos volver a las chacras mixtas, que generen trabajo, arraigo, consumo responsable, calidad y precio justo. También sostenemos hace años las ferias de la economía popular y la agricultura familiar.

 

RV: A nivel de gobiernos provinciales y locales, ¿qué experiencias te parece que están funcionando como políticas públicas de contención o soberanía?

 

RK: Recién llego de La Rioja, donde Agroandina es una fábrica recuperada por el gobierno provincial. Funciona bajo el modelo SAPEM (empresa pública con participación privada, pero mayoría estatal). Producen puré de tomate, envasados, hasta comida para mascotas. Es parte de un holding de 40 empresas públicas que va desde Agroandina hasta Internet para Todos. El 8% del trabajo registrado privado en la provincia forma parte de este holding. Otras experiencias: la empresa municipal de leche en Trancas (Tucumán), con producción sostenida por compras del gobierno provincial; la feria Mercado Bonaerense con reintegros de hasta el 40% vía Cuenta DNI; mataderos municipales con inversión provincial; y experiencias cooperativas como las de Rosario. También en Mar del Plata, una empresa logra que el pescado quede allí y se venda a precio justo.

 

RV: Para cerrar, ¿qué articulación hay con otros movimientos en América Latina? ¿Existe una agenda común de defensa del alimento?

 

RK: Sí, claro. La Vía Campesina a nivel mundial, y en particular el MST de Brasil, son ejemplos de organización por el alimento, la agricultura familiar y el arraigo. Hay que entender que el alimento es una mercancía en este sistema, y que detrás de eso está el capitalismo. Por eso tenemos que buscar formas anticapitalistas de relación con la tierra, con el alimento y entre nosotros. Y el Estado debe garantizar esa seguridad y soberanía alimentaria. La lucha política es por poner el Estado al servicio de los derechos sociales.

 

RV: Por último, ¿qué lugar tienen los saberes populares y ancestrales en esta construcción de una nueva cultura alimentaria para América Latina?

 

RK: Todo. Esos saberes hacen posible una agricultura no dependiente de agrotóxicos. En los 90 nos convencieron de que si no tenías 500 hectáreas y glifosato no eras rentable. Eso destruyó el 25% de las unidades productivas rurales. Tenemos que volver. Y hoy hay otra razón: no hay dólares para importar esos venenos. Hay que ir a un modelo agroecológico, que garantice alimentos para todos, en armonía con el ambiente.

 

Fuente: Foto Via Campesina

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